En el post anterior hablaba de entender el nuevo mundo. En este quiero hablarte de liderazgo compartido. Y lo haré a través de una historia.
Hace unos años me apunté a un viaje organizado. Tenía muy pocos días de vacaciones, así que decidí pasar una semana en un velero. No había navegado en mi vida y no sabía qué tal me iba a sentar salir a alta mar. La experiencia fue tan satisfactoria que durante años estuve navegando con asiduidad por las aguas del Golfo de Bizkaia.
En aquel viaje partíamos de Barcelona para llegar a Menorca, rodear la isla, y volver nuevamente a Barcelona. En alta mar no había cobertura telefónica. Conseguí estar totalmente desconectado.
Era la primera semana de septiembre. La mar estaba algo peleona, pero aún así conseguimos llegar a Menorca. El plan en la isla iba según lo previsto, hasta que una alerta meteorológica nos hizo adelantar el regreso 24 horas para evitar las tormentas que se anunciaban. Navegábamos y a lo lejos se veían los nubarrones que iban desplazándose y descargando agua. En mi cabeza tenía ese pensamiento de “menos mal que nos hemos escapado”.
A la hora de navegar hay tres cosas que hay que definir muy bien:
- El destino al que vamos
- Las condiciones que nos encontraremos en la mar durante la travesía
- La tripulación del barco
Un pequeño error a la hora de fijar el rumbo puede no tener consecuencias si se detecta a tiempo y se corrige. Pero si seguimos navegando sin enmendar el error, esos pequeños grados de diferencia nos acabarán llevando a un lugar que se aleja mucho de nuestro objetivo, y el coste a asumir puede ser muy considerable.
Sobre el estado de la mar, es evidente que hay que estar atento a la información que emitan las autoridades marítimas: partes meteorológicos, fuerza y dirección del viento, altura de las olas, si hay o no marejadas,… En algunas ocasiones, lo más prudente e inteligente es quedarse a resguardo en puerto y dejar el viaje para otro día.
Y sobre la tripulación, debemos tener claro cuánta gente necesitamos y qué capacidades tiene cada uno de los miembros.
Pues a pesar de todo esto, cada año vemos en los medios de comunicación noticias sobre el rescate de alguna embarcación de recreo. Unas veces no ocurre nada y todo el mundo regresa a tierra sano y salvo. Pero otras veces hay víctimas mortales. Y en la inmensa mayoría de los casos, los problemas vienen por no haber hecho bien las cosas y no haber atendido de manera adecuada los tres puntos citados anteriormente.
En las empresas, o en el enfoque de nuestra vida profesional, pasa algo muy parecido. Al igual que lo hacemos a la hora de navegar, tres puntos clave que tenemos que considerar:
- El objetivo de nuestra actividad
- Las condiciones externas (nuestro sector, la evolución de la economía, tanto en nuestro entorno como globalmente, …)
- El grupo de personas que formará parte de nuestro equipo para llevar a cabo la actividad
Mucha gente no fija bien el rumbo de su empresa o de su actividad profesional porque no tienen claro cuál es la pregunta más importante a la que hay que responder:
¿cómo servimos mejor a nuestro mercado?
Esa, y no otra, es la respuesta que debemos buscar. Esa es la pregunta que distingue a las empresas o profesionales excelentes del resto. Porque de ahí se derivarán otra serie de preguntas secundarias (que, por supuesto, siguen siendo muy importantes):
- ¿Quiénes son nuestros clientes hoy?
- ¿Y mañana?
- ¿Cómo haremos para llegar a un número mayor de compradores?
- ¿Cómo podemos mejorar el producto que le damos?
- ¿Cómo podemos abaratarlo sin restar calidad o prestaciones?
- ¿Tenemos las personas que necesitamos para poder hacer nuestra labor?
- ¿Qué necesidades de formación tienen nuestras personas?
- ….
Si algo ha caracterizado mi carrera laboral es el hecho de que todas las empresas que me han llamado tenían problemas. Casi siempre, muy graves. Y en el 100% de los casos, esos problemas eran la consecuencia de haberse desviado del rumbo, de haber dejado de preguntarse cómo se podía servir mejor a los clientes.
Cuando nos olvidamos de esa pregunta, perdemos “intensidad competitiva”. Nos distraemos y empezamos a fijarnos en aspectos que no son relevantes para la marcha del negocio. Y la situación se puede convertir en irreversible si empiezan las guerras de guerrillas internas por acaparar determinadas cuotas de poder. Ahí, el mercado deja de ser el centro de atención, y muchas veces se convierte en una molestia. Se inicia, de esta manera, un proceso de declive que puede llevar a la organización a una situación de no-viabilidad.
Créeme, tanto dirigir una empresa como enfocar una carrera profesional es sencillo. Solo tienes que centrarte en cómo servir mejor a los clientes cada día. Ojo, que sea sencillo no significa que no haya que trabajar duro. De hecho, no conozco otra forma de llegar al éxito que no sea a través del esfuerzo constante.
Y una vez que se ha fijado ese rumbo, que es la Visión, hay que compartirla con el resto del equipo. Y debemos llevar a cabo nuestra actividad bajo la filosofía del liderazgo compartido.
Se trata de identificar y seleccionar a personas que pueden asumir el rol de líder, cualquiera que sea su posición en el organigrama, para que ejerzan la función de “motor” que haga avanzar nuestro barco hasta el puerto de destino.
Esas personas comparten el Proyecto, marcan un estilo acorde con el mismo y huyen de la mediocridad. Asumen responsabilidades y resuelven problemas a su nivel.
Esta es una temática que iremos desarrollando en posteriores escritos. Mientras tanto, y para terminar este post, te dejo con una temazo de Rosendo, titulado (como no podía ser de otra manera) «Navegando».
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