Ayer, 21 de abril, se celebró el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación. La RAE define la creatividad como la “facultad de crear” o la “capacidad de creación”. Asimismo, dice que la innovación es la “creación o modificación de un producto, y su introducción en el mercado”.
Sucede una cosa curiosa. En plena época de aceleración digital en casi todo lo que atañe a nuestra vida, resulta que la creatividad es una de las pocas capacidades humanas no replicables (por lo menos, hoy) por los algoritmos o la inteligencia artificial.
Hemos dicho varias veces que la competencia ha dejado de ser local; internet ha eliminado las distancias, y, por lo tanto, no conoce límites. Si tenemos que competir, además de entender las reglas del juego tendremos que estar “en forma”.
“Estar en forma” significa que tu organización o tu actividad profesional debe llegar a ser competitiva globalmente, incluso si solo fabricas o vendes dentro de un mercado local o regional.
“Estar en forma” significa innovar de manera continua para modificar tus productos y servicios y, así, se puedan mantener a la altura de los mercados, que están cambiando más rápido de lo que nadie haya visto nunca.
Mucha gente cree que la capacidad emprendedora surge de tener una buena idea y que la innovación es I+D+i, es decir, técnica.
Sin embargo, la verdadera innovación no surge de tener un “ramalazo de genio”, sino que se genera mediante una disciplina sistemática, organizada y rigurosa. Es algo así como ir al gimnasio para ejercitarnos. Los resultados solo se ven con el tiempo y la actividad continuada.
El pensamiento creativo demanda que identifiquemos los cambios que se están produciendo en la economía y en el mercado, y que los veamos como oportunidades.
Y lo más importante, exige que abandonemos el “ayer”, en lugar de defenderlo a ultranza.
Combinar la creatividad junto con el pensamiento estratégico produce resultados sorprendentes. ¡Puedes llegar hasta donde tú quieras! Veamos algunos ejemplos.
Hewlett-Packard nació en un garaje y en el 2015, antes de su división, llegó a facturar más de 49.000 millones de dólares.
Amazon también surgió en otro garaje y hoy es la mayor empresa de comercio electrónico del mundo.
Podemos hablar de Apple. O de Sony, Honda, Yamaha, Kyocera, Berstelmann, Nike, Netflix, … Todas ellas son grandes corporaciones que salieron de la nada.
No necesitas alcanzar esos tamaños empresariales para tener una buena competitividad. Pero sí necesitas tener la capacidad innovadora que tuvieron esas compañías para ir ganando posiciones en el mercado.
Si repasamos la evolución empresarial a lo largo del tiempo, queda demostrado que el éxito de una organización no depende de su tamaño, antigüedad, sector en el que opera, país de procedencia o nivel tecnológico, sino que depende de la constancia en el enfoque estratégico.
Porque lo que distingue a las empresas o a las personas que triunfan del resto es que tienen una visión a largo plazo, un plan para alcanzar ese “sueño”, y, sobre todo, mucha perseverancia para ejecutarlo y llevarlo a la práctica, superando los muchos obstáculos y contratiempos que aparecerán por el camino.
Si lo piensas bien, la mayor parte de los productos que utilizamos hoy en nuestra vida cotidiana eran sueños imposibles (incluso para las personas más poderosas) hace tan solo cuatro generaciones: la electricidad, el televisor, un equipo de sonido, aviones, automóviles, … por no hablar de ordenadores o teléfonos móviles. Sin embargo, algunas personas tuvieron la “locura” de creer que podían hacer realidad esos sueños.
¿Te imaginas como sería nuestra vida hoy sin todos esos adelantos? ¡Cuántas veces habremos dicho eso de “cómo he podido vivir sin ello”!
La creatividad, además, está al alcance de cualquier persona. Pensar es gratis. El coste económico de todas las ideas o imágenes que tengamos en la mente es igual a cero. Da igual que seas optimista o pesimista. Da igual que tengas mucha o poca ambición. Dentro de nuestra cabeza, todo es posible.
Sin embargo, lo habitual es que limitemos el alcance de nuestros pensamientos. Mejor dicho, limitamos el alcance de aquellos pensamientos relacionados con el éxito o con las posibilidades de desarrollo. Los referidos al fracaso o a “catástrofes” que nos puedan ocurrir, por el contrario, se reproducen sin freno. ¿Cuántas veces nos habremos “comido el tarro” preocupados por cosas que jamás llegaron a ocurrir?
Y, además, nunca es tarde para empezar. A Steve Jobs le costó diez largos años recuperarse de su despido de Apple y volver a la cumbre con Pixar, un estudio de cine para producir películas animadas con tecnología digital.
William Masters y Virginia Johnson necesitaron más de doce para sacar adelante su clínica donde estudiaron, de manera pionera, la conducta sexual humana (en un entorno ultraconservador y hostil a su actividad).
Julia Child, “la mujer que enseñó a cocinar a América”, necesitó ocho para conseguir publicar su primer libro de recetas de cocina francesa para angloparlantes (que fue la base sobre la que desarrolló su éxito mediático).
Podríamos hablar también sobre cómo empezó Jeff Bezos con Amazon, o de las peripecias que superó Jack Ma, el dueño de Ali Baba, para llegar hasta donde han llegado.
Te queda una larga vida profesional por delante. ¿Dónde te ves en los próximos 10 o 20 años? Recuerda que lo importante no es el gran objetivo que te pongas, sino que disfrutes del camino que te va a llevar hasta él. Y recuerda que tienes un gran recurso para utilizar: tu cerebro.
Y para despedir este post, nada mejor que este temazo de Coldplay, titulado “A head full of dreams”.
Excelente publicación para iniciar.
Adelante hay que incluir un balance entre retos y procesos relativos a la Creatividad y la Innovación con los Motivadores que nos muevan a crear una experimentación activa.